jueves, 16 de mayo de 2013

Organización y finalidad.

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                  Tras el epílogo en el que el autor cuenta el momento enq ue tuvo su experiencia revelatoria y la primera visión, el Apocalipsis presenta las cartas a cada una de las iglesias mencionadas (2,1-3,22). Es la primera serie de "siete" que funcionará como un símbolo importante y como principio de organización del texto. En la segunda visión (4,1-11,19) se le muestra a Juan el salón del trono celestial y al Rey de los Cielos entronizado, que sostiene un rollo con siete sellos. La apertura de cada uno de los sellos (6,1-8,1) provee la ocasión para comunicar cada segmento de la visión relativo a las destrucciones que se han hecho caer sobre la tierra. La apertura del séptimo sello origina, a su vez, una serie de siete trompetas (8,1-11,18). El entrelazamiento de estas secuencias permite describir otras imágenes simbólicas mediante las que, cada vez más profundamente, se va introduciendo al lector en el mundo mítico del texto. A continuación se producen siete truenos cuando un ángel trae consigo otro "rollo pequeño" (10,1-4), tras lo cual se le muestra a Juan la ciudad de Jerusalén (11,1-8).

                     Ésta es la primera pista de que la visión que se revela es, de hecho, una referencia a la guerra y la destrucción de Jerusalén, que ahora se relaciona con la crucifixión de Jesús y la persecución de dos profetas, a los que se les denomina los "ayes" (11,9-13). Finalmente, el séptimo ángel toca su trompeta y estalla un cántico triunfal al abrirse a la visión de Juan todo el panorama celestial (11,19).

                    Parece que el objetivo de esta segunda visión es describir las tribulaciones y los juicios sufridos como consecuencia de la guerra. También quedan otras cuestiones pendintes: ¿por qué se han producido estas desgracias? ¿Cómo liberará Dios al elegido y cuándo? El toque triunfal de la séptima trompeta y la apertura del nuevo escenario del cielo señalan ahora a la visión interior que las responderá.

                    La parte más importante del Apocalipsis es la visión de los capítulos 12-16, donde se explica cómo un conflicto cósmico acontecido en los cielos entre los arcángeles de Dios y Satán, el gran dragón rojo, se ha desbordado en los tiempos últimos hasta alcanzar la tierra (12,13-17). Es un motivo clásico de la apocalíptica, pero en nuestro texto se ha reelaborado en cierto modo para expresar los acontecimientos sucedidos en la revuelta y sus consecuencias. Más concretamente, el texto dice que el antiguo dragón, Satán, había encargado a dos bestias, una del mar (13,1-10) y otra de la tierra (13,11-18), que supervisarn su reinado en la tierra. Como ya hemos visto, la bestia de siete cabezas que surge del mar se refiere a Roma y sus emperadores, como deja claro la posterior interpretación por el ángel (17,7-14). Por tanto, esta bestia es el agente de Satán que sometió a los judíos y destruyó Jerusalén.

                  Pero la batalla cósmica no ha terminado todavía. Los ejércitos de la bestia están listos para luchar contra el ejército del Cordero en Sión una serie final de batallas /14,1-16,21). Obervamos, de nuevo, cómo cada conjunto de visiones se despliega en otro. En lugar de una serie de signos lineales que deben interpretarse secuencialmente o como acontecimientos históricos consecutivos, se entrelazan elementos de una visión mítica del orden cósmico que el texto trata de explicar. La cuarta visión (Ap 17,1-22,5) prosigue el relato retorzando a la escena celestial anterior (11,19-12,1) para mostrar cuál será el resultado de su drama cósmico. Uno de los siete ángeles, que había supervisado los portentos de las últimas batallas (14,16), presenta ahora una serie de visiones en las que predice la caída de Babilonia, es decir, Roma, otra apertura de los cielos y la visión del descenso de una Jerusalén (21,9-22,5).



                          El objetivo principal del Apocalipsis es presentar una visión cósmica que explique por qué fue destruida Jerusalén y la fuerza maligna que lo hizo, y alentar la esperanza de que acontecerá un cambio futuro cuando Dios envíe a Cristo como ángel guerrero. De este modo, también la muerte de Jesús forma parte de las perversas acciones de Roma e incluso explica míticamente su papel celestial como ángel vengador. Roma será derrotada y Jerusalén reconstruida. El Apocalipsis refleja en todos estos elementos los temas y las interpretaciones características de la apocalíptica tradicional. Así, la destrucción de Jerusalén se interpreta como una refriega preliminar a la batalla escatológica final entre Dios y Satán. Desde el principio, los lectores de la obra saben que se les iba a mostrar lo que estaba a punto de ocurrir: "Dichoso el que lea y dichosos los que escuchen las palabras de esta profecía y guarden lo escrito en ella, porque el tiempo está cerca" (Ap 1,3). El eschaton y la caída de Roma eran inminentes, y la muerte de Domiciano, sin lugar a dudas, era la primera señal de que estaba a punto de comenzar la batalla final. Así pues, el mismo tema que abre el libro retorna ahora en la exhortación final. El tiempo está cerca.

Ap 22,7-13: 7 "Voy a llegar en seguida, dichoso el que hace caso de la profecía contenida en este libro".
8 Soy yo, Juan, quien vio y oyó todo esto. Al oírlo y verlo caí a los pies del ángel que me lo mostraba, para rendirle homenaje,
9 pero él me dijo: "No, cuidado, yo soy tu compañero de servicio, tuyo y de tus hermanos los profetas y de los que hacen caso de las palabras de este libro; rinde homenaje a Dios".
10 Él me dijo: "No selles el mensaje profético contenido en este libro, que el momento está cerca.
11 El que daña, siga dañando; el manchado, siga manchándose; el honrado, siga portándose honradamente; el consagrado, siga consagrándose".
12 "Voy a llegar en seguida, llevando mi recompensa para retribuir a cada uno conforme a la calidad de su trabajo.
13 Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin". Traducción de la Nueva Biblia Española.


                   Pero, tal como muetran estos últimos versículos, el Apocalipsis tiene un seguno y más importante objetivo. Al vincular la destrucción de Jerusalén con las bestias del capítulo 13 y las fuerzas cósmicas de Satán, traza una línea de demarcación para sus lectores, los cristianos de Asia de finales del siglo I. En este punto hemos de regresar, de nuevo, al mensaje de las cartas a las siete iglesias, pues cada una de ellas exhorta a sus miembros a mantenerse firmes o les advierte contra la tibieza (3,15-16) o contra la ingesta de carne sacrificada a los ídolos (2,14-20). Los banquetes públicos eran celebraciones del culto imperial en las que los cristianos podían participar. Por tanto, en lugar de encontrarnos ante una situación en la que el gran problema fuera la persecución contra los cristianos, nos hallamos ante un dilema que tuvo que afrontar el autor del Apocalipsis. Los cristianos de Asia Menor estaban dispuestos a honrar al emperador Domiciano y adaptarse al sistema imperial romano, tal como las cartas de "Pedro" y "Pablo" les habían animado a hacer. La advertencia de Juan era alarmante para quienes actuaran de ese modo:

Ap 14,9-11: 9 Lo siguió otro ángel, el tercero, clamando: "Quien venere a la fiera y a su estatua y reciba su marca en la frente o en la mano,
10 ése beberá del vino del furor de Dios, escanciado sin diluir en la copa de su cólera, y será atormentado.
11 El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos, pues los que veneran a la fiera y el que recibe la marca con su nombre no tienen respiro ni día ni noche"
. Traducción de la Nueva Biblia Española.


                 Mediante las visiones y los potentes símbolos dualistas, el autor muestra, dramáticamente, que adaptarse equivae a adorar al mismo Satán y, en sintonía con el sectarismo apocalítpico tradicional, colocarse en el bando de los perdedores cuando Dios triunfe al final sobre Satán. El lilbro del Apocalipsis, por tanto, debería interpretarse en el contexto del renacimiento de la apocalíptica judía en los años ochenta y noventa, que trata del problema de la destrucción de Jerusalén, pero su preocupación principal era abordar el "problema" que suponía la situación de los cristianos en la cultura romana.

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